PUEBLOS: Punta Mujeres
Océano se detiene un momento. Avanza hacia el interior del mar. Las tranquilas aguas de la playa le llegan hasta las rodillas. Su vista se pierde en la profundidad del horizonte siguiendo la Vía Láctea. Su ágil cuerpo se agacha. Se sumerge en las tranquilas aguas para coger un ‘callado’. Se alza. Lo mira. Lo aprieta fuertemente con su mano derecha llevándoselo al corazón y con hábil destreza lo lanza al mar... En ese mismo instante, se ilumina todo el cielo, una estrella fugaz se precipita en las profundidades de las aguas siguiendo la misma dirección de la pequeña piedra... Como atraído por una fuerza irresistible Océano se sumerge nadando a grandes brazadas. Va a la búsqueda de la gran luz. ¡¡Ojalá la Vía Láctea lo guíe!!
Poseidón, el dios del mar, lo contempla complacido. Sabe que es un niño muy fuerte y de espaldas anchas. Pero también sabe... ¡que nunca le podrá arrebatar, ni un ápice, de algo de sus dominios!... Por eso se siente al verlo, el muy socarrón, contento, alegre e inclinado a ayudarle. Y sin dudarlo, extiende su larga mano y empuñando su tridente, convierte las piernas de Océano en una larga cola. Así podrá nadar más deprisa y sumergirse en las profundidades en busca de la estrella, piensa para sí. Efectivamente, así fue.
En las profundidades, allí donde había caído la gran luz, la visión era espectacular. Aquélla se había fundido bajo el lecho marino con montañas, cráteres y jóvenes rocas. Su enorme impacto había formado, en aquel preciso instante, el valle de Haría y sus contornos.
Fue éste, y no otro, el momento en el que Océano asciende del mar. Asciende desde las profundidades. Da vueltas y más vueltas en círculos. Las aguas aún estaban calientes. Pero él lo quería observar todo y fundirse en ellas. ¿Qué cuanto tiempo pasó? Quizás ni él lo sepa. ¡Ni el dios Poseidón se lo quiso decir! Al despertar notó la tranquilidad de las aguas y observó la exuberante fauna marina. Al emerger, nada sobre sus aguas. La isla de Lanzarote había nacido y ya era adulta.
Al fin elige un lugar. El chupadero de Punta Mujeres. Allí duerme su primera noche bajo la gruta de los basaltos. Le acompañan un mero, una alargada morena enroscada sobre sí misma, una gran vieja de rayas rojas y hasta los erizos de mar se apartaron para dejarle un lecho en las arenas blancas.
Un frenazo en seco me hace tambalear en mi asiento. Un coche se había atravesado en la carretera:
─¡No me fastidies! ─grita mi tío. Y con una leve mirada, me dice:─¿Cómo estás Paco Juan? ─mientras, acelerando reanuda su marcha.
Ya no hubo más historia por aquel día...
Al día siguiente mi tío Zoilo se decidió por la carretera de Máguez y, cuando llegábamos al cruce de Peñas de Cardo, me volvió a decir:
¡Paco Juan, no te duermas…! ¿Recuerdas la historia del otro día…? Océano había llegado al chupadero. Pero no te conté lo anterior. Pues bien, llegó el día en el que del fondo del Atlántico emergieron las islas de Lanzarote y Fuerteventura. Al principio se sucedieron unos movimientos bruscos a lo largo de las cercanas y extensas tierras del vecino continente africano. Las gigantescas olas se abrieron dejando paso a Lanzarote y Fuerteventura. Luego, como un jardín, en el verde-azul del mar surgieron el pequeño Roque del Oeste, seguidos del Roque del Este, Montaña Clara, Alegranza, Lobos y La Graciosa. ¡El archipiélago Chinijo! Océano, el Mero, la Vieja, la alargada Morena y los Erizos de mar fueron testigos de ello. Y con magistral destreza, lleno de exultante alegría se deslizaron entre las aún tibias aguas merodeando por el recién nacido archipiélago. Todas ellas eran bien parecidas, aunque de distintas formas y tamaños.
Por aquellos tiempos, en la lejana Grecia, se encontraba la joven Clímena, madre de Atlante y Héspero. El dios Crono, devorador de niños, andaba tras ella.
Clímena no tuvo más remedio que huir para poder salvar a sus dos hijos. Y una noche aprovechando la espesa niebla cruzan, entre las alargadas columnas de mármol, el paso hacia los senderos y veredas que llevan a la rivera del mar. Allí se embarcaron rumbo a Cartago. Si lograba llegar, recorrería la larga cordillera de los montes Atlas hasta llegar a Lixus. Allí, en la desembocadura del río Lucus, dejaría en una balsa de caña a sus dos pequeños para que las corrientes marinas, ─ se lo había oído decir a su madre ─ los llevara hasta Los Campos Elíseos. Así estarían a salvo del malvado dios Crono.
Clímena no podía dormir. Sólo el hecho de tener que separarse de sus hijos la aterraba. Era doloroso para ella. Pero pensar que quizás, en los jardines de Los Campos Elíseos sus hijos se podrían encontrar con algunas de las jóvenes Hespérides, la consolaba y en ese caso, todo cambiaría... Una fuerte ola corta el beso que la joven Clímena daba a sus hijos. La balsa avanza. Pero ella logra atrapar ese instante entre el hueco de sus débiles manos y guardarlo en su corazón. Las saladas aguas le dicen el último adiós y la final despedida, ellas guían la balsa.
Ese día el dios Poseidón, enemigo del dios Crono, estaba vigilante. Al verlos sonrió nuevamente acordándose de Océano y, de que éste aún conservaba su veloz cola. Extendiendo su mano con el tridente la elevó sobre las aguas y, con voz de trueno le mandó acudir en ayuda de Atlante y Héspero. Así sucedió. Océano, el joven de espaldas anchas, de largos brazos y de ágiles piernas, salvó a Atlante y Héspero llevándolos a tierra firme. Al Chupadero de Punta Mujeres. Al dejarlos en tierra firme su larga cola de sirena desapareció. Una voz se oyó en todo el espacio. ¡Estos son tus nuevos hermanos! Le advertía el dios Poseidón.
Mientras tanto los tiempos pasaron. Otros muchos llegaron y ellos tuvieron conocimiento de que habitaban en un archipiélago. Un día, las mañanas y los atardeceres dejaron de ser apacibles y maravillosos. Algo iba a suceder. Océano indicó a los hermanos, que ya rondaban los doce y quince, que caminaran tierra adentro pasando por las vegas de El Canto para recoger sus pertenencias y marcharse hacia los altos de Tabayesco. Efectivamente, la diosa de las profundidades del mar, se había enfurecido. No sabían el por qué. Lo cierto es que, el volcán de la Corona, empezó a lanzar grandes columnas de humo, luego lava y posteriormente ceniza. La lava descendía lentamente hacia el mar.
Océano, Atlantes y Héspero observaban este espectáculo desde las laderas de Tabayesco sobre la montaña de La Pequena.
Pasaron nuevamente muchos años... Y en medio de un amanecer sombrío y tempestuoso, arrastrados por unas enormes olas, comenzaron a llegar pateras a las cambiantes costas del norte de la isla, Punta Mujeres, el Chupadero, Órzola, La Garita, los Cocoteros.... En la orilla del Chupadero ayudé a desembarcar tres jóvenes que también decían llamarse Océano, Atlante y Héspero. Ellos traían consigo a la pequeña Mufi.
Nosotros también habíamos llegado a Punta Mujeres. Mi tío me bajó del coche. Me cogió de la mano y me acercó al Chupadero. Tres cangrejos, que estaban merodeando por las rocas, se lanzaron al agua.
Al día siguiente, al llegar a la huerta de don Mariano, su coche siguió por el camino de Lomo Blanco hacia Las Quemadas. En su inicio había una larga hilera de algarroberos plantados. Luego seguían las peladas laderas de piedra caliza de Lomo Blanco y ya abajo seguía el camino entre las extensas y alineadas paredes de piedra negra, que al final, me hicieron dormir rápidamente. Pero mi tío se encargó de que me despertara. Ahora su hablar era triste. Lo noté por su tono de voz desde el principio. Tanto es así, que yo ladeé ligeramente mi cabeza, inclinando mi oído, para poder escucharlo mejor.
Recuerdas que el otro día, al acercarnos al Chupadero, los cangrejos rojos se lanzaron rápidamente al mar. Pues bien, a los nuevos Océano, Atlante y Héspero y, a la pequeña Mufi de tez morena, casi se los traga la misma mar. La patera encalló en las rocas... Mis manos se enlazaron entre ellas entregándome a la pequeña Mufi de unos seis añitos de edad. Ellos, a duras penas salieron huyendo para que no los cogiera la policía de costa. A mí me arrebataron a Mufi. Las autoridades dicen que ya hay mucha gente en las islas y que por mucho que la botella se alargue en su interior ya no cabe más vino.
Pero mira Paco Juan, tu tío sabe el secreto del vino. Yo conozco muchas clases de uvas y he comprobado que con todas ellas se pueden elaborar buenos caldos. Al final ninguna sobra y todas faltan. Y si se elaboran con esmero, dedicación y cariño todos tendrán un buen paladar.
Su voz se fue apagando lentamente. Sin duda alguna. Aquel día mi tío estaba triste, porque anteriormente, al pasar el coche junto al cementerio de Haría me comentó que allí estaba la sepultura del artista César Manrique que había fallecido en Septiembre del año 1992.
No recuerdo mucho más. Sé que al volver por la carretera de Trujillo, doblando su curva, me quedé dormido; veía a los jóvenes corriendo por aquellas laderas, unas pequeñas manos que flotaban en el aire y alargados pies que perseguían por todas partes.
En mi memoria queda el despertar sobresaltado, y la voz de mi Tío que me preguntaba.
─¿Qué te pasó Paco Juan? ¿Estabas dormido?
Dormido al volante me quedé yo cuando una dulce voz procedente desde el ordenador me recuerda.
«Tenga en cuenta, señor, que hoy es jueves y el sábado es ya día veintisiete, que estamos en el mes de julio de dos mil cuarenta y seis, y que ese día finaliza nuestra estancia en Lanzarote. El domingo regresaremos a San Borondón. »
¡No me fastidies! ¡A estas edades! ¡Hasta el ordenador del coche quiere controlar a uno!... Pero bueno, reconozco que este avance contribuye a una nueva comodidad. ¡Vamos!... que me tengo que marchar, lo quiera, o no. Las cosas suceden y suceden. Siguen adelante aunque uno se empeñe en detenerlas. ¡Bueno, recogeré mis cosas!
En ese momento pasaba por el pueblo de Guatiza y venía del Puerto de Arrecife. Nuevamente el ordenador se puso en marcha y me cuenta los trágicos sucesos de la patera que volcó a 20 metros de la orilla de la costa de los Cocoteros.
«Eran las seis y media de la tarde del 15 de febrero del año…; cuando una patera marroquí con 32 personas a bordo se acerca a la costa y volcó. Dos vecinos eran testigos. Uno logró salvar a seis. El resto perecieron en el intento de alcanzar la orilla.»
Y seguí camino hacia Mala para contemplar la cochinilla. Aquel día volví a Teguise por el Mojón.
San Borondón
Una de las mañanas al abrir la puerta del coche el ordenador, con delicada voz de mujer, me dice amablemente:
─¡Buenos días, Paco Juan!
Yo le contesto también amablemente, mientras me coloco el cinturón.
─ Buenos días. ¿Qué tiempo tenemos hoy?
Ella, después de consultar con la estación meteorológica, me contesta puntualmente…
Aquella mañana mientras paseaba con mi flamante coche le indiqué al ordenador que me leyera el resumen de la prensa digital de las islas. Me extrañó no oír ningún titular sobre las pateras, los sin papeles o sobre los centros de inmigrantes. Al interrogar a mi locutora-ordenador sobre tal tema recibo la siguiente respuesta:
─Ese problema señor, ya no existe aquí en las islas. Ahora el problema es intergaláctico.
Los días caminaban con sus pies ligeros. ¡Ellos nunca se detienen a mirar! Y a mí me daba la ligera impresión que vivía en una bola de cristal. Sin embargo, hoy, a dos de Febrero del año tres mil seis, cuando abro mi correo electrónico ultra rápido, me encuentro con una grata sorpresa; mis nietos, que estaban en su viaje de luna de miel, me decían:
¡Felicidades, abuelo Francisco Juan, en el día de tu cumpleaños! Hemos dejado detrás de nosotros al planeta Tierra. Estamos atravesando el sistema galáctico. En estos momentos aparecen en una gran pantalla *El Hierro, Isla del Meridiano. Situación: planeta Tierra.* Marta, que está a mi lado, te manda muchos besitos. ¡Ah! Anoche, cuando fuimos a cenar, nos encontramos, en un amplio comedor, con los Océano, Atlante y Héspero, y Mufi. Estaban acompañados de sus venerables parejas, con sus hijos, nietos y bisnietos. Nos invitaron a cenar con ellos. Al comentarle que hoy era tu cumpleaños se pusieron muy contentos y al unísono cantamos, en tu honor, “cumpleaños feliz”. Nos pidieron que por favor te lo hiciéramos llegar. Ahí queda. Misión cumplida... Besos y abrazos de tus nietos Marta y Paco Juan.
P.D.
Gracias por recomendarnos para nuestra luna de miel esta Agencia Espacial de viajes.
¡Estos nietos míos! Y se me hicieron nudos en la garganta y, volví a recordar. No sé por qué. Pero, en esos momentos, volví a recorrer de nuevo el camino de la curva de la cuesta de Trujillo del término municipal de Haría. A ver las largas paredes de piedras volcánicas del camino de las Quemadas. A contemplar, con cariño, las solitarias palmeras del viejo camino de las Cuevas, los campos de cochinilla de Mala y Guatiza, las calles empedradas de Teguise…Todos juntos me llevaron nuevamente al Chupadero de Punta Mujeres recordando con nostalgia las viejas historias, con nombre y sin nombres, que me contaba el tío Zoilo en mi niñez.