Geografía/ Datos geográficos

 

 

AÑO, II ARRECIFE DE LANZAROTE 30 DE JULIO DE 1931
NÚM. 35 TIEMPOS NUEVOS

Redacción y Administración, Casa del Pueblo; calle de Miraflores.

  

HARIA

En el valle profundo, alfombrado por una vegetación frondosa, se ven desde el alto monte, cientos, miles de ramilletes verdes que suavemente se merecen sobre sus esbeltos pedestales, proyectando unas sombras móviles, pequeñas, que dibujan en el piso arenoso, y en los muros blancos trazos rasgados, como peines multiformes que arañar quisieran el negro arenado y los encalados muros.

Los montes vecinos, nos presentan el amplio anfiteatro de un gran circo romano, con sus escaños negros, rojizos, algunos tapizados en verde. Todos pulcros, geométricamente iguales y geométricamente distintos, obedeciendo todos al irregular piso, y todos con la regularidad fría, ruda, de un trabajo constante, de una fuerte labor, lucha del hombre con la naturaleza, lucha de mil vidas, tras el correr del tiempo con la vertiente agreste.

En la hondonada, un caserío blanco, refulgente bajo los rayos solares, que duerme a la sombra de mil ramilletes verdes, mil abanicos orientales cabecean lentamente, mil cabelleras de esmeralda que el viento azota, mil capiteles de las mil columnas gigantescas con que se adorna el caserío. Y entre ellos, blanco también, como los muros blancos, el campanario enano, sostiene en titánico esfuerzo dos pesadas campanas que al alba voltean. El campanario blanco con su reloj de ocho cristales, desde el cuadrilátero de la plaza de la arena, con sus filas de árboles y sus bancos verdes; marca la vida del caserío, del valle y de los montes.

Y a las doce de un día de estío, cuando en los montes los escaños del circulo van cambiando su tapiz de verde en oro cuando en el valle los ramilletes verdes somnolientos cabecean, y en el caserío las mil cabelleras verdes yacen en letárgico sueño en la pesadez de un ambiente calimo, abandonando sus guadañas esmeráldicas al cálido aliento de la arena tostada; del campanario blanco, tan blanco como los muros blancos, del campanario enano, saltan doce angelitos que piruetean con lentos movimientos morbosos por los árboles quietos de la plaza vacía.

Y de las pesadas campanas que lentas van marcando su tan tan de la oración cristiana, brotan doce odas bellas envueltas en vaporosas gasas blancas, tan blancas como los muros blancos y como el campanario blanco, que recorren en el valle saltando por los ramilletes verdes, meciendo sus ramas con la suave caricia de gasas blancas, tan blancas ahora, a la luz cegadora del sol del estío, como los muros blancos, como el campanario enano que sostiene en titánico esfuerza dos pesadas campanas que ahora voltean.

En la tarde plomizas, bajo un cielo ya gris sin el son, que traspuso los montes huyendo del día, soplan ligeras ráfagas de viento que resuelven las flexiones cabelleras de los ramilletes verdes. En el valle cantando con sus trinos de amor, los pájaros alegran la vuelta del trabajo. Y en el caserío, del campanario blanco, tan blanco como los muros blancos, envueltos en las difusas brumas del crepúsculos, van cayendo como gotas cristalinas de una fuente inmortal, las notas lastimeras de Ángelus, que da un adiós al día. Y en la plaza arenada, con sus filas de árboles, y en las columnas gigantes con que se adorna el caserío, y en los muros blancos, la noche silente pone sus tules grises, apagando las antorchas refulgentes del día. Y el campanario blanco, tan blanco como los muros blancos, parece ahora un fantasma que grita por sus bocas de bronce, amedrentando al valle, al caserío y al monte, que temeroso huyen bajo las negras sombras de la noche de Haría, en que se sume el valle con sus ramilletes verdes que ondulan suavemente sobre sus pedestales esbeltos a la caricia suave de la brisa nocturna tibia brisa nocturna que difunde las notas de alguna mandolina por la plaza arenada, con sus filas de árboles, y sus banquitos verdes, como los ramilletes de las altas palmeras, el encanto de Haría.

ARLANZON.