HISTORIA/ Datos históricos


 

Fuente: Gran Enciclopedia Canaria

Ediciones Canarias 1999

 

Historia. Debido a sus favorables recursos naturales, el territorio del actual término mun. de Haría desempeñó un papel destacado en la economía de sus primeros pobladores, pues en este mun. se localiza el 22 por ciento de los yacimientos inventariados en la Carta Arqueológica de Lanzarote. Sobresalen por su número e importancia científica los ubicados en el Macizo de Famara y en el Malpaís de La Corona.

En este último caso se trata de un área con una amplia ocupación, si bien con un hábitat disperso, con estructuras poco elaboradas y ligado a actividades pastoriles estacionales, fuertemente interrelacionadas con la economía agropecuaria de los grandes poblados del área central de la isla. El elevado número de recipientes cerámicos localizados en esta zona ha permitido una primera aproximación al conocimiento de la morfología y funcionalidad de este tipo de objetos entre la población indígena.

En Haría están representados todos y cada uno de los diferentes tipos de yacimientos arqueológicos asociados a la población preeuropea de Lanzarote. Así, hay un número importante de lugares de habitación, tanto al aire libre (El Régulo, El Mahío, Las Tegalas, La Salida o Bco. del Palomo) como en cuevas (Cueva de las Tabaibitas, Cueva de los Valientes, Cueva de los Verdes, Cueva de Raso Pende o Jameos del Norte). También son frecuentes las estaciones con grabados rupestres, en especial en el Macizo de Famara, caracterizadas por la presencia de grabados incisos lineales (Peña Gopar, Peña Tonico, Peña de la Iglesia, Peñita de Cabrera Peraza, La Mesa, Peña de María Herrera o Los Castillejos). En el Malpaís de La Corona y en el yacimiento de La Majada se recuperó, entre otros objetos, un tesorillo constituido por monedas portuguesas y españolas, y en Punta Mujeres se localiza una de las denominadas quesera," en concreto, la llamada Quesera de Bravo, un elemento arqueológico sin parangón en el resto de los yacimientos del Archipiélago. [PAP]

La sociedad indígena sufrió un largo proceso de aculturación* entre comienzos del siglo XIV y principios del XV. Durante este período los navegantes europeos arribaron a la isla en busca de orchilla y esclavos, lo que redujo considerablemente el potencial demográfico aborigen; la conquista (1402), realizada por Jean de Béthencourt* y Gadifer de la Salle*, aceleró este proceso. Lanzarote quedó bajo jurisdicción señorial; el señor concedía las tierras, percibía impuestos, administraba justicia y nombraba los oficios pú­blicos. Y aunque algunos miembros de la elite indígena se incorporaron a la nueva colonia, como fue el caso del jefe tribal Guadafrá*, la mayor parte del territorio quedó en manos del colonato europeo y por supuesto, de sus señores. La ganadería y la agricultura cerealista, junto con la recolección de orchilla*, fueron las principales tareas productivas de la nueva sociedad. Una sociedad que, sin embargo, tuvo usas perspectivas de desarrollo por el aumento de los servicios exigidos por los señores, que desembocaron en una revuelta contra el poder señorial en 1475. Las quejas de los vasallos no fueron atendidas por la Corona y el territorio permaneció bajo jurisdicción señorial hasta finales del Antiguo Régimen.

En 1587 la isla contaba con un total de 600 hab., de los que 500 vivían en Teguise y el resto en Haría. Las razones de este escaso poblamiento fueron la presión señorial y los continuos ataques de los piratas berberiscos, que obligaron a la población a emigrar a las islas de realengo, mientras los pocos moradores que quedaban en la isla buscaban refugio en sus abrigos y cuevas naturales. Así, el 30-VII-1586 desembarcó una expedición de 600 hombres al mando de Arraez Amurath, llegados en una flota de cuatro galeras reales de Argel y tres del Xarife beréber. El día primero de agosto atacan Haría dos banderas donde hacen «grandes provisiones de aves, cabras y verduras», lo que evidencia la existencia en este lugar de un núcleo arruado con sus huertas y corrales. La Cueva de Los Verdes desempeñó un papel de vital importancia como lugar de refugio y de defensa, sobre todo para los vecinos de Haría, tal como se relata en el texto del tratado de paz entre Amurath y Herrera. «... Después desde el miércoles siguiente, teniendo aviso que la gente de la isla estava en la cueva de Haría que llaman de los Verdes, fui sobre la dicha cueva y la tuve cercada tres días...».

El reducido número de pobladores debió incentivar la actividad ganadera, especial­mente en los pastizales del término de Haría. Tal orientación económica queda confirmada por el cronista Gaspar Frutuoso* (1598), quien menciona a Haría como el sitio donde radican las salinas del Conde (se refiere a las salinas que estaban ubicadas en el Río) y como «lugar de criazón de ganados y buenos quesos». Pero por estas fechas asistimos a los inicios de un cambio en la estructura productiva insular, el cual afectó a la economía de los vecinos de Haría. La demanda cerealera de la viticultura tinerfeña y madeirense impulsó una labor roturadora en Lanzarote, que exigió a su vez la importación de mano de obra. La estrategia de los señores, especialmente de Agustín de Herrera y Rojas*, marqués de Lanzarote, consistió en importar esclavos berberiscos, quienes terminaron estableciéndose como hombres libres. Y en este nuevo contexto económico, el territorio de Haría se configura como un asentamiento secundario de carácter agrícola, pero de cierta importancia si tenemos en cuenta que ya en 1585 sus veinte vecinos (100 hab.) contaban con «pila» bautismal en el curato o ayuda de parroquia de Ntra. Señora de la Encarnación, dependiente del Beneficio de Teguise. Esto suponía un caso excepcional en la isla, ya que no será hasta el siglo XVIII cuando los curatos se generali­cen a otros núcleos de población. Recordemos además que durante estos siglos será Teguise el único mun. de la isla, siendo por ello la sede de la administración civil, militar y eclesiástica.

Los buenos resultados de la nueva orien­tación productiva de la economía insular se vieron pronto ensombrecidos por varias circunstancias. Lanzarote sufrió los efectos de la grave epidemia de peste que asoló el Archipiélago en 1601, seguida luego de una terrible sequía en 1603, que provocaron una gran mortandad y la emigración de sus naturales hacia Tenerife. Y a estas catástrofes hay que añadir el saqueo de la isla por los corsarios argelinos en 1618. Las pérdidas fueron cuantiosas pues además de los daños materiales los corsarios capturaron a más de 900 personas, de las que aproximadamente 500 fueron presas en la Cueva de los Verdes, utilizada como refugio, al igual en otras ocasiones, por la población Haría y las zonas limítrofes. Finalmente, el rescate de estos prisioneros empobreció aún más a sus respectivas economías familiares.

Pero la reconstrucción también fue inmediata y durante la segunda mitad del s XVIII y primera mitad de la centuria siguiente el lugar de Haría participó de la favorable coyuntura creada por la demanda de granos del mercado interinsular aunque también conoció depresiones importantes, debidas a malas cosechas y epidemias, que obligaron a importantes movimientos migratorios a la población.: datos demográficos disponibles confirman esta tesis. Las Constituciones Sinodales* del obispo Cristóbal de la Cámara y Murga* (1629) mencionan Teguise y el lugar que «se dize Aria» con su curato, de modo que en esta fecha la isla contaba únicamente con un núcleo arruado de importancia, además de la villa capital. El curato, que debía contar con unos 150 hab. en la década de 1630, aumentó sus efectivos en 540 personas a finales de la déc. de 1680, quienes habitaban unas 100 casas, repartidas entre los principales pagos. Las erupciones volcánicas acaecidas en la llanura de Timanfaya entre 1 730 y 1736 marcaron una nueva etapa en la historia insular. De inmediato todo fue destrucción y cuantiosas pérdidas materiales si tenemos en cuenta que en la llanura de Timanfaya se localizaban las mejores tierras de cultivo de la isla y sus principales caseríos, cuyas gentes se vieron obligadas a trasladarse a la ecina Fuerteventura en tanto se aplacaban las iras de la naturaleza. Las Constituciones Sinodales* del obispo Pedro Dávila y Cárdenas (1737) recogen este cuadro de desolación y ruina de la economía lanzaroteña, al tiempo que indican claramente su lisonjero porvenir. En efecto, al referirse al pueblo de Haría el autor de las Sinodales indi­ca: «En este lugar, que es el que hasta ahora está libre del volcán, ay Ayuda de Parroquia, con su Iglesia, aunque pequeña, aseada, con su cura theniente tiene 195 vecinos (975 hab., que representan el 25,5% de la población total de la isla); y los lugares pertenecientes a este son Máguez, Tabayesco y Montaña. Esta jurisdicción y sus tierras no han recibido daño del volcán, antes se han mejorado sus campiñas con las arenas».

Así pues, Haría fue el primer suelo lanzaroteño que dispuso de los enarenados naturales creados por las cenizas volcánicas de las erupciones de Timanfaya, que reportaron desde este momento pingües beneficios para la agricultura insular, al permitir la aclimatación de los nuevos cultivos (millo y papas) y la expansión del viñedo, cuyos mostos, convertidos en aguardiente*, se embarcaban a los mercados indianos. De ahí que si exceptuamos los años de ma­las cosechas, con sus secuelas de hambre, mortalidad y emigración, la segunda mitad del siglo XVIII fue en general de bonanza económica, como queda de relieve examinando la evolución poblacional del lugar de Haría. En 1688 contaba con 540 hab.; pues bien, en 1742 esta cifra se había casi duplicado (1.025 hab.), subiendo a 1.564 hab. en 1787, a 1.997 en 1802 y a 2.195 en 1835. Un crecimiento que en el contexto de un régimen demográfico antiguo, caracterizado por una elevada natalidad y mortalidad, no puede explicarse sin la contribución de una persistente corriente inmigratoria, procedente de las islas vecinas y favorecidas por la expansión de la actividad productiva. Y de su distribución espacial da cuenta el Compendio escrito por un autor anónimo en 1776, que computa la población de Haría en 255 vecinos (1.275 hab.), repartidos de la siguiente forma: 885 vecinos en Haría, 355 en Má­guez, 15 en Tabayesco y 10 en Montaña y Famara, respectivamente.