PUEBLOS / Mala
Fuente:
http://agustinpallares.blogspot.com.es/2011/02/curiosidades-sobre-la-cochinilla.html
[Texto leído en la Academia de Ciencias e Ingenierías de Lanzarote]
[Texto leído en la Academia de Ciencias e Ingenierías de Lanzarote]
La cochinilla
de las tuneras, bien
conocida en nuestra
isla, alumbró para
Lanzarote a partir
de la tercera década
del siglo XIX en que
hizo su aparición en
el agro lanzaroteño,
un esperanzador
porvenir que se
habría de convertir
en un sustancioso
renglón de su
maltrecha economía,
sobre todo durante
los decenios
centrales de esa
centuria en que su
cultivo se concentró
en plan extensivo en
la zona de los
pueblos de Guatiza y
Mala. Discurso de
ingreso como miembro
correspondiente en
la Academia de
Ciencias e
Ingeniería de
Lanzarote creada por
el profesor
Francisco González
de Posada.
Las rarezas o singularidades de este insecto no por sabidas dejan de despertar siempre la máxima curiosidad y ser fuente de interesantes cogitaciones. A continuación van algunas de ellas.
Empezaré por comentar la gran diferencia de forma y de tamaño que existe entre los individuos de ambos sexos. Tan pronunciado es ese dimorfismo sexual en la cochinilla que los propios cultivadores del insecto y muchos del público de los que se interesaban por estos temas ignoraban que esa mosquita blancuzca que se ve merodear de vez en cuando por las tuneras fuera el macho de la especie, cosa que llegó a saberse por información de personas conocedoras de tal particularidad, especialmente biólogos, pues hasta entonces imaginaban, no sin una buena dosis de sentido común, que los machos fueran algunas de las mismas cochinillas que vivían adheridas al cacto.
Mientras la hembra, bien conocida por todos los que se dedican a su cría en la isla, por ser la productora del famoso tinte o grana que tanta fama le ha dado, tiene forma globosa, sin que sea fácil distinguirle a simple vista las tres divisiones principales del cuerpo, es decir, la cabeza, el tórax y el abdomen, carece de alas y antenas y sus patas se hallan reducidas a simples muñones, el macho, por el contrario, presenta el aspecto de una mosquita minúscula de color blanquecino, con las alitas algo abiertas y está dotado de un par de largos apéndices filamentosos divergentes a modo de cerdas en el extremo del abdomen.
También el modo en que vive la cochinilla hembra es digno de ser comentado por diferir radicalmente del común de los insectos, sólo equiparable al de otras especies de esta misma familia, (cocoideos) u otras afines. Se reduce el mismo a permanecer completamente inmóvil, anclada, por así decirlo, a la pala de la tunera, a la que queda fijada mediante la introducción en la pulpa de la planta del largo pico que ha desarrollado para tal fin, con el cual va extrayendo los jugos que constituyen su único alimento a lo largo de toda su vida, siéndole de todo punto imposible perder la posición en que se encuentra sin hallar la muerte.
El macho por su parte sufre de una deficiencia anatómica que parece increíble que pueda darse en un ser vivo. Se trata de que durante el proceso de metamorfosis por el que pasa del estado de cría al de adulto pierde por atrofia los órganos bucales de los que se valía para alimentarse, de tal forma que el pobre animalillo no tiene tiempo durante su corta existencia más que de fecundar a la hembra para morir de inanición poco tiempo después de ejercer este acto fundamental para la perpetuación de la especie.
Otra sorprendente singularidad dentro de la biología animal que se da en la hembra es la capacidad que tiene de reproducirse sin la cooperación masculina. Tan insólito fenómeno, conocido en biología con el nombre de partenogénesis, del griego Partenos, ‘virgen’, y genesis generación, sólo se da en insectos, crustáceos y algunos otros animales invertebrados de la escala inferior.
En la primera fase de su vida, es decir, cuando son ninfas, tanto el macho como la hembra presentan el mismo aspecto. Son diminutos, del tamaño de un piojo de cabeza y sólo con una buena lupa se les pueden distinguir las patitas, parecidas por su disposición a las de una mosca, y las antenas, que son rectas como en el macho adulto.
Poco después de nacer abandonan las crías la protección del cuerpo de la madre y se dispersan por la planta. Las hembras, mucho más numerosas que los machos, tardan algún tiempo en encontrar un lugar apropiado en que instalarse. Una vez decidido ese lugar, clavan en él el pico o rostro quedando de esta manera inmóviles en ese punto de la planta hasta el fin de sus días. Los machos, en cambio, pasan al estado adulto tomando su forma característica de insecto volador y parten, tan pronto como les es posible, en demanda de hembras que fecundar, cosa que tienen que hacer en el corto espacio de unos días ya que, como se ha dicho, al perder los órganos bucales propios de la alimentación, mueren pronto al no poder comer.
El tinte que se obtiene de la cochinilla se usa para teñir diferentes productos muy conocidos en el comercio, algunos de ellos del ramo de la alimentación al ser inocuo para la salud, a los que da una tonalidad rojiza que los hace más atractivos a la vista y les da un agradable sabor ligeramente amargoso. Tal ocurre, por ejemplo, con algunas bebidas, como el popular Martíni-Rossi italiano o el campari, con determinados embutidos, con algunos artículos de farmacia, como es el caso de algunas píldoras y pastas de dientes, usándose también en cosmética para la confección de pinturas de uñas y lápices labiales de las señoras.
Precisamente relacionado con este último empleo de la cochinilla voy a contar una simpática anécdota que me ocurrió hace años, cuando trabajaba de Informador Turístico en la isla. En aquel entonces, cuando aún no existía el Jardín de Cactus, teníamos la costumbre de hacer una parada en los tunerales de Guatiza o Mala para mostrarles la cochinilla a los clientes. Luego de haberles explicado lo más indispensable a la vista del insecto, se procedía a coger unos cuantos de los pobres animalillos para acto seguido realizar lo que llamábamos el sacrificio ritual, que consistía en espachurrarlos sobre un trozo de papel a fin de que los clientes pudieran ver el abundante líquido rojo que echaban, lo que les provocaba vivas exclamaciones de sorpresa. Un día, sosteniendo aún el papel en mis manos con el manchón rojizo que habían dejado las cochinillas, dije dirigiéndome a las señoras que iban en la excursión: “Por cierto, muchas de ustedes tienen en los labios, por si no lo sabían, la misma clase de colorante que les estoy mostrando en este momento, con grandes probabilidades además de que se trate de cochinilla de esta isla, ya que Lanzarote surte de este producto a la mayor parte del mercado europeo”, añadiendo a continuación, pensando que la cosa sería tomada como una simple broma: “Pues ahora tienen ustedes la oportunidad de llevar a cabo una experiencia que probablemente será única en sus vidas, la de pintarse los labios directamente con el colorante del insecto en lugar de con el lápiz que usan normalmente para tal fin”. Y grande fue mi sorpresa cuando una joven que durante toda la excursión se había destacado por su carácter alegre y expansivo, exclamó al instante que sí, que ella estaba dispuesta a pasar por esa singular experiencia, y luego de acercarse, sin pensárselo dos veces, pasó el dedo por el manchón de líquido rojizo que había sobre el papel y se lo pasó acto seguido, sin vacilar, varias veces, por los labios, con lo que les quedaron hechos una tentadora y erótica fresa, de lo más sexi que se puedan imaginar.
Las rarezas o singularidades de este insecto no por sabidas dejan de despertar siempre la máxima curiosidad y ser fuente de interesantes cogitaciones. A continuación van algunas de ellas.
Empezaré por comentar la gran diferencia de forma y de tamaño que existe entre los individuos de ambos sexos. Tan pronunciado es ese dimorfismo sexual en la cochinilla que los propios cultivadores del insecto y muchos del público de los que se interesaban por estos temas ignoraban que esa mosquita blancuzca que se ve merodear de vez en cuando por las tuneras fuera el macho de la especie, cosa que llegó a saberse por información de personas conocedoras de tal particularidad, especialmente biólogos, pues hasta entonces imaginaban, no sin una buena dosis de sentido común, que los machos fueran algunas de las mismas cochinillas que vivían adheridas al cacto.
Mientras la hembra, bien conocida por todos los que se dedican a su cría en la isla, por ser la productora del famoso tinte o grana que tanta fama le ha dado, tiene forma globosa, sin que sea fácil distinguirle a simple vista las tres divisiones principales del cuerpo, es decir, la cabeza, el tórax y el abdomen, carece de alas y antenas y sus patas se hallan reducidas a simples muñones, el macho, por el contrario, presenta el aspecto de una mosquita minúscula de color blanquecino, con las alitas algo abiertas y está dotado de un par de largos apéndices filamentosos divergentes a modo de cerdas en el extremo del abdomen.
También el modo en que vive la cochinilla hembra es digno de ser comentado por diferir radicalmente del común de los insectos, sólo equiparable al de otras especies de esta misma familia, (cocoideos) u otras afines. Se reduce el mismo a permanecer completamente inmóvil, anclada, por así decirlo, a la pala de la tunera, a la que queda fijada mediante la introducción en la pulpa de la planta del largo pico que ha desarrollado para tal fin, con el cual va extrayendo los jugos que constituyen su único alimento a lo largo de toda su vida, siéndole de todo punto imposible perder la posición en que se encuentra sin hallar la muerte.
El macho por su parte sufre de una deficiencia anatómica que parece increíble que pueda darse en un ser vivo. Se trata de que durante el proceso de metamorfosis por el que pasa del estado de cría al de adulto pierde por atrofia los órganos bucales de los que se valía para alimentarse, de tal forma que el pobre animalillo no tiene tiempo durante su corta existencia más que de fecundar a la hembra para morir de inanición poco tiempo después de ejercer este acto fundamental para la perpetuación de la especie.
Otra sorprendente singularidad dentro de la biología animal que se da en la hembra es la capacidad que tiene de reproducirse sin la cooperación masculina. Tan insólito fenómeno, conocido en biología con el nombre de partenogénesis, del griego Partenos, ‘virgen’, y genesis generación, sólo se da en insectos, crustáceos y algunos otros animales invertebrados de la escala inferior.
En la primera fase de su vida, es decir, cuando son ninfas, tanto el macho como la hembra presentan el mismo aspecto. Son diminutos, del tamaño de un piojo de cabeza y sólo con una buena lupa se les pueden distinguir las patitas, parecidas por su disposición a las de una mosca, y las antenas, que son rectas como en el macho adulto.
Poco después de nacer abandonan las crías la protección del cuerpo de la madre y se dispersan por la planta. Las hembras, mucho más numerosas que los machos, tardan algún tiempo en encontrar un lugar apropiado en que instalarse. Una vez decidido ese lugar, clavan en él el pico o rostro quedando de esta manera inmóviles en ese punto de la planta hasta el fin de sus días. Los machos, en cambio, pasan al estado adulto tomando su forma característica de insecto volador y parten, tan pronto como les es posible, en demanda de hembras que fecundar, cosa que tienen que hacer en el corto espacio de unos días ya que, como se ha dicho, al perder los órganos bucales propios de la alimentación, mueren pronto al no poder comer.
El tinte que se obtiene de la cochinilla se usa para teñir diferentes productos muy conocidos en el comercio, algunos de ellos del ramo de la alimentación al ser inocuo para la salud, a los que da una tonalidad rojiza que los hace más atractivos a la vista y les da un agradable sabor ligeramente amargoso. Tal ocurre, por ejemplo, con algunas bebidas, como el popular Martíni-Rossi italiano o el campari, con determinados embutidos, con algunos artículos de farmacia, como es el caso de algunas píldoras y pastas de dientes, usándose también en cosmética para la confección de pinturas de uñas y lápices labiales de las señoras.
Precisamente relacionado con este último empleo de la cochinilla voy a contar una simpática anécdota que me ocurrió hace años, cuando trabajaba de Informador Turístico en la isla. En aquel entonces, cuando aún no existía el Jardín de Cactus, teníamos la costumbre de hacer una parada en los tunerales de Guatiza o Mala para mostrarles la cochinilla a los clientes. Luego de haberles explicado lo más indispensable a la vista del insecto, se procedía a coger unos cuantos de los pobres animalillos para acto seguido realizar lo que llamábamos el sacrificio ritual, que consistía en espachurrarlos sobre un trozo de papel a fin de que los clientes pudieran ver el abundante líquido rojo que echaban, lo que les provocaba vivas exclamaciones de sorpresa. Un día, sosteniendo aún el papel en mis manos con el manchón rojizo que habían dejado las cochinillas, dije dirigiéndome a las señoras que iban en la excursión: “Por cierto, muchas de ustedes tienen en los labios, por si no lo sabían, la misma clase de colorante que les estoy mostrando en este momento, con grandes probabilidades además de que se trate de cochinilla de esta isla, ya que Lanzarote surte de este producto a la mayor parte del mercado europeo”, añadiendo a continuación, pensando que la cosa sería tomada como una simple broma: “Pues ahora tienen ustedes la oportunidad de llevar a cabo una experiencia que probablemente será única en sus vidas, la de pintarse los labios directamente con el colorante del insecto en lugar de con el lápiz que usan normalmente para tal fin”. Y grande fue mi sorpresa cuando una joven que durante toda la excursión se había destacado por su carácter alegre y expansivo, exclamó al instante que sí, que ella estaba dispuesta a pasar por esa singular experiencia, y luego de acercarse, sin pensárselo dos veces, pasó el dedo por el manchón de líquido rojizo que había sobre el papel y se lo pasó acto seguido, sin vacilar, varias veces, por los labios, con lo que les quedaron hechos una tentadora y erótica fresa, de lo más sexi que se puedan imaginar.
Poco me queda en realidad que decir sobre este curioso insecto tan ligado a la historia de nuestra isla, pues de él ya he tenido ocasión de hablar por extenso en el malogrado Centro Científico Cultural Blas Cabrera Felipe de esta ciudad el 27 de enero de 2003, charla cuyo material refundí luego con los temas referidos a la orchilla y la barrilla en mi