PUEBLOS: Mala
Fuente: DiariodeLanzarote.com. nº 67- junio 2015
M.J.Tabar
Pino Betancort vive en Mala, a pocos metros de la antigua cartería, el lugar donde nació ocho décadas atrás. Hija de una costurera y de un cartero que además de entregar la correspondencia ponía inyecciones, ni ella ni sus tres hermanas jugaron nunca con muñecas. "No había".
En los años cuarenta del siglo pasado una muñeca era un artículo de lujo. Pino recuerda a una niña que regresó de un colegio de huérfanos bien avituallada de peponas y nunca quiso darle una. "Eso me dio una cosa... -suspira- Como el que está depresivo", dice riendo.
A falta de juguete industrial, usaba carozos como maniquíes y los ataviaba con los retales que encontraba en casa. El minimalista escaparate de pinas sin millo vestidas lo colocaba delante de casa, para inmediatamente después esconderse y espiar la reacción del que pasara por delante.
"El muñeco grande me quitó esa costumbre", dice señalando a su marido Pepe, vecino de la infancia. Su amor empezó tirándose piedras y continúa hasta el día de hoy.
Con diez años Pino ya rehilaba las labores de su madre, que estaba obsesionada con que sus hijas tuviesen un título que las preparase para los retos de la vida. Cumplidos los catorce cortó su primer vestido. De tanto en tanto, se perdía alguna clase de encaje de bolillos y bordado.
Aprendió a coser con su madre y completó su formación con las revistas que una prima les enviaba desde Argentina y algunas lecturas compradas en la desaparecida Librería España. Nunca quiso enseñar a nadie ni tener ayudante. "No quería tener que estar desbaratando nada. Yo hago las cosas a mi manera, me gusta coser tranquila”, dice.
Su madre cumplió su advertencia y cuando Pino cumplió la mayoría de edad la envió a Las Palmas a estudiar en el Instituto Feli. Allí se graduó con buenas recomendaciones después de desfilar con su diseño, un vestido Georgette azul claro, en el Cine Avenida. El modelo triunfó con una matrícula. Era tan hermoso como económico, ajustado a un presupuesto familiar que estaba para gasas naturales. "Pino, usted debe estudiar diseño en Madrid", le dijeron.
Como Pino sabía que no había posibilidades económicas para que otra hermana más marchase fuera a estudiar, no le comentó nada a su madre. Tampoco le importó: "Yo estaba muy a gusto cosiendo en casa”; dice.
Así las cosas, empezó a trabaj; para varias "señoras de Arrecife" que enumera con ritmo de lista visigótica (Cerda, Martinón, Matallana, Melero, Morales, Calero, Negrín... Generalmente su clientela era "gente mayor y jóvenes con tipito raro, un poco gruesas". Pino se abastecía de telas en los almacenes El Barato, Ferrer y en la tienda de las hermanas Sáenz, aunque a veces eran las propias clientas las que le entregaban la gasa, la seda natural o el democratizador plástico que querían vestir. Medidas tomadas y patrón trazado ya en su casa-taller del barrio de Valterra convertía el tejido en una vestimenta única, con sus caídas, sus sisas singulares, sus vuelos y fruncidos irrepetibles.
Su primer maniquí se lo agencie Juana Manrique. "Ella cose también, es una genia", apunta Pino. Los forros, los abrigos y las mangas son algunas de las cosas más "latosas" del oficio. Hay que ser matemática para conseguir una caída de manga adecuada y una hombrera que no atente contra la complexión de una muchacha.
A los caballeros nunca los ha vestido ("la sastrería es otra cosa") y siempre se ha valido de máquinas de coser Alfa y Singer para hacer sus trabajos. Uno de sus últimos encargos fueron varios trajes de fiesta para la familia de Carlos Morales, que le fueron solicitados cuando el arquitecto lanzaroteño celebró su boda con Alexia de Grecia.
Disfrutaba cosiendo día y noche porque los asuntos de aguja e hilo los ha vivido siempre como un vicio más que como una obligación. Colaboradora de la asociación Milana, este mes participa en una exposición colectiva en la galería Enmala. Allí expone una colección de vestidos de Nancy elaborados como siempre, artesanalmente, con los retales que sus clientas nunca le pidieron de vuelta.