PUEBLOS:   Mala

 

 

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Herederos del lanzaroteño Juan Perdomo cumplen la promesa de llevar a la ermita del pueblo una imagen de la patrona de Argentina, país que acogió a sus abuelos

Concha de Ganzo 07.01.2018 | 00:37

 

Los hermanos Perdomo en Argentina, Teodosio, Eustacio, Delfín, Juan José, Robustiano y Alejandro. LP

 

En medio de Guatiza y Arrieta, rodeada de tuneras, de cactus resplandecientes como pintados a mano: verde sobre un fondo negro y a lo lejos las casas blancas y silenciosas de Mala, el islote perfecto. Tranquila y sosegada, como si la vida pasara de largo, sin dejar rasguños, ni tristezas, así podría describirse a este pueblo de Lanzarote. Una vez más no hay que hacer caso de esas primeras impresiones, suelen acabar en juicios sin sentido y en miradas equivocadas.

Y para evitarlo nada mejor que detenerse el tiempo necesario y escuchar historias, como ésa que se cuenta sobre la vida ajetreada y tan interesante de Juan Perdomo Méndez, y de los seis hijos que una noche de fiesta decidió que lo mejor para todos es que se marcharan a Gran Canaria y desde allí que subieran a uno de aquellos barcos que partían rumbo a la lejana Argentina. Entonces, a finales del siglo XIX, en 1895, España reclutaba a los varones y los enviaba como soldados a la guerra de Cuba.

Juan Perdomo, que siempre dio muestras de una gran inteligencia y una intuición ejemplar, no estaba dispuesto a que sus hijos tuvieran que enfrentarse a una contienda tan peligrosa.

Para que nadie se percatara de ese viaje clandestino, de esa huida salvadora, aprovechó que ese día se celebraba en su casa de Mala el nacimiento de su hija menor, la dulce María. Mientras vecinos y familiares festejaban la llegada al fin de una niña, Juan reunió a los chicos, a cada uno les dio lo que pudo, dejó que se despidieran de su madre, y así entre emocionados y tristes dejaron para siempre aquella isla empobrecida y a la que jamás podrían olvidar.

Y así fue como Teodosio, Eustacio, Delfín, Juan José, Robustiano y Alejandro llegaron a una tierra extraña pero llena de oportunidades. Dispuestos a salir adelante, la mayoría de ellos logró vislumbrar un futuro prometedor y además, en algunos casos, como en el de Eustacio acabó por convertirse en un importante hacendado, propietario de una gran finca. Pocos años después se sumaría a esta aventura otro Perdomo, Luis, con apenas 17 años se marchó con el afán de buscar un destino más favorable junto al que comenzaban a tener sus hermanos.

Aparentemente los hijos de Juan Perdomo Méndez habían tenido escasa formación, aunque si sabían leer y escribir, y acudían de forma regular a la iglesia. Se dedicaban sobre todo a labores en el campo. Pero como ha ocurrido con tantos otros canarios obligados a emigrar, sus ganas de salir adelante y de labrarse una vida mejor, los hace luchar duramente hasta lograr lo que venían buscando.

Serios y estrictos

No sólo los hijos de Perdomo Méndez consiguieron metas importantes también sus nietos. El hijo de Delfín, Francisco fue un escritor de cierto éxito, y otro de los nietos llegó a director de la biblioteca pública de la población de Baigorrita en la provincia de Buenos Aires.

Los hermanos Perdomo fueron hombres serios y de pocas palabras y siempre se mostraron respetuosos y trabajadores, aunque en su corazón nunca se olvidaron de su isla y menos de Mala.

Hace unas semanas, las nietas de Delfín y Eustacio lograron al fin visitar la tierra de los Perdomo. Fue para ellas un encuentro lleno de calidez, una mezcla entre la nostalgia y la sensación de cumplir con aquella promesa que sus abuelos dejaban caer en alguna de aquellas comidas familiares. Estaría bien llevar hasta Lanzarote la imagen de la virgen que tanto los había ayudado en América.

Silvia Perdomo reconoció que su estancia en la isla de los volcanes fue muy corta, apenas unas horas, en realidad aprovecharon una escala que hizo un crucero que pasaba por Canarias para acercarse hasta el norte, "no pudimos ver mucho, pero creo que al llegar a Mala sentí como se me alegraba el alma. Dejamos la virgen de Luján, patrona de Argentina en la ermita como querían nuestros abuelos".

Para Silvia y Betty esas horas vividas en Mala pasaron como un suspiro pero les sirvió para acordarse de la vida de sus abuelos, de cómo eran, de sus recuerdos, y también entendieron un poco más como fueron siempre. Con la tristeza en los ojos por no haber podido regresar y saludar como ellos hacían, con aquella timidez, a su madre, aquella mujer que tanto los quiso y que se fue demasiado pronto. También se acordaban mucho de su hermana pequeña de María, que se quedó sola hasta que Juan Perdomo Méndez volvió a casarse en segundas nupcias con Margarita Saavedra y volvió a tener descendencia.

Graciela Perdomo es la nieta de Luis, el último de los hermanos en llegar a Buenos Aires. Se fue solo, en unos de aquellos barcos que parecían no llegar nunca a puerto. Y como los demás logró una buena posición social y económica. Graciela lo recuerda como un señor muy serio y rígido, poco dado a mostrar sus sentimientos, a jugar con sus nietos, "siempre se comportó así con todos, lo único que hacía era tocarte la cabeza y decirte, ¿y tú que haces?".

Después con los años, ella aprendió a entender aquella forma de actuar, "seguramente sufrió muchos golpes en la vida, y eso lo convirtió en una persona fría". Después ya mayor, enfermo, Graciela se acuerda de verlo llorar como un niño chico por su madre. La imagen de aquel Luis Perdomo recto, serio, distante se desvanece. En realidad, una vez más la dureza de la vida los hizo aparentar esa fortaleza, esa frialdad con la que enfrentarse a los momentos duros. Y cuando ya no hizo falta estar en guardia, el pequeño Luis Perdomo no pudo evitar llorar por una de las personas que más había querido en su vida, y que murió demasiado pronto.

En Mala siguen viviendo muchos otros Perdomo: Mary, Jesús, Pino, Nino, y en Gran Canaria desde Conchita, que se casó con un nieto de Juan Perdomo Méndez a Elena. Una familia extensa, con tantas historias que contar que merecen más que unas páginas de periódico. Hay vidas que caben en una sola frase, esta vez se necesitarían varias vidas para contar tantas frases.